martes, 15 de marzo de 2011

El invierno para el mundo tradicional

Las viejas tradiciones indo-europeas aluden a una sede situada en el Norte -Hiperbórea- que era su lugar de origen y residencia durante una mítica Edad de Oro, en el principio de los tiempos. Una serie de catástrofes naturales forzaron migraciones hacia el sur, en el curso de las cuales estos pueblos conservaron la memoria de su pasado. Buscando el calor del sol y días más largos, descendieron hacia el sur.
En una segunda fase de descenso -Edad de Plata- se establecieron en una isla a la que llamaron Thule. En pos de esta sede partió Phiteas de Masalia y pretendió haber llegado allí, si bien es posible que confudiera Thule con las islas Casitérites, Islandia o probablemente Groenlandia.
Nuevas catástrofes y migraciones llevaron a estos pueblos más al sur y en un ciclo siguiente de descenso se establecieron en la Atlántida, en lugares hoy ocupados por las aguas oceánicas. El relato platónico es suficientemente conocido como para que nos extendamos.
Todo esto no precisa demostración científica o huellas arqueológicas "positivas", se trata de tradiciones; "tradición" implica transmisión, oral y directa, por tanto, un cierto contenido de verdad, que aunque deformado indicaría, como mínimo, la psicología profunda de los pueblos indo-europeos sobre los que se vehiculizó esta mitología.
La dureza del clima nórdico-polar, el dramatismo de unas migraciones realizadas en condiciones precarias, imprimió un carácter particular producto de la experiencia existencial de estos pueblos marcada, sin duda, por la búsqueda y persecución del Sol, desde el Norte originario hacia el Sur. No es de extrañar que para ellos el Sol se elevara a la categoría de divinidad y que sus líderes y soberanos adquirieran connotaciones solares: inmovilidad, serenidad, altitud, distanciamiento, quietud, poder, fuerza, vigor, centralidad, irradiación, teurgia (el sol tuvo un cierto poder terapeutico antes que la destrucción de la capa de ozono lo convirtiera en mortal), etc.
A la vista de todo esto, es lógico que las fiestas que colocan al sol en el centro de su temática, tengan gran arraigo y predicamento en los descendientes de estos pueblos originarios más que primitivos. Las festividades del invierno tienen por ello un carácter ambivalente: son, por un lado, fiestas en el que el recuerdo de los muertos tuvo gran importancia, sobre todo en sus primeras semanas; pero también son fiestas de resurrección y promesa de vida. De ahí la alegría generalizada con que se abordaban en un tiempo en el que los escaparates del consumo no existían y todo lo que se regalaba o con lo que se decoraba el hogar era fabricado por las propias manos de quien lo entregaba.
Ernest Milá

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