viernes, 7 de mayo de 2010

Las driades

Para los antiguos griegos, la peninsula iberica, era una tierra de leyenda donde vivian los monstruos de sus mitologías. Una tierra desconocida habitada por salvajes guerreros hijos de Hercules (celtas e iberos). Un lugar que nacía misterioso en el occidente del mundo conocido, y donde moría el sol.
Uno de esos lugares miticos y mágicos de la mitología griega, era el jardín de las hesperides. Se duda hoy en dia la localización del jardín; Las islas Canarias, Madeira o Cabo Verde... son algunos posibles lugares. Pero tambien en la propia peninsula, ya que se supone igualmente que dicho jardín donde nacian las manzanas de oro. Podría ser alguna zona de Andalucia, o incluso Valencia. Durante la edad media española, muchas de estas leyendas greco latinas, junto con algunas tradiciones celticas populares. Formaron o dieron cuerpo a buena parte de los bestiarios de criaturas mitológicas. Y una de esas criaturas, eran las Driades.
En la mitología griega, las Dríades (en griego antiguo Δρυάδες druádes, de δρῦς drũs, ‘roble’) son las ninfas de los robles en particular y de los árboles en general.
Surgieron de un árbol llamado «Árbol de las Hespérides». Algunas de ellas iban al Jardín de las Hespérides para proteger las manzanas de oro que en él había. Las dríades no son inmortales, pero pueden vivir mucho tiempo. Entre las más conocidas se encuentra notablemente Eurídice, la mujer de Orfeo.
La tradición tardía distingue entre Dríades y Hamadríades, considerándose las segundas asociadas específicamente a un árbol, mientras las primeras erraban libremente por los bosques.
Según diferentes fuentes, había tres, cuatro o incluso nueve hespérides, pero normalmente se consideraba que eran tres, como las demás tríadas griegas (las Cárites, las Greas, las Gorgonas y las Moiras). Algunos de sus nombres eran Egles, Aretusa, Eritia, Hesperia, Héspere, Hestia y Hesperetusa. A veces se las llamaba Doncellas de Occidente, Hijas del Atardecer o Diosas del Ocaso, aparentemente aludiendo a su imaginada situación en el lejano oeste, y de hecho Hésperis es apropiadamente la personificación del atardecer (como Eos es la del amanecer) y Héspero la de la estrella vespertina. También se les llamaba las Hermanas Africanas, quizá por cuando se pensaba que estaban en Libia.
A veces eran retratadas como las hijas vespertinas de Nix, la Noche, y (según las versiones) de Érebo (la Oscuridad), de la misma forma que Eos en el más lejano este, la Cólquida, era la hija del titán solar Hiperión. Según otras fuentes eran hijas de Océano, de Atlas y Hésperis, de Hésperos, de Zeus y Temis o de Forcis y Ceto.
Una de las hespérides era Hesperia, hija, según las versiones, de Nix por sí misma, de Atlas y Hesperis, de Héspero, o de Zeus y Temis. Sus hermanas son Egle y Aretusa.
Las Hespérides tenían voces que encantaban y poseían el poder de cambiar de forma para enloquecer a los que las veían.
El Jardín de las Hespérides es el huerto de Hera en el oeste, donde un único árbol o bien toda una arboleda daban manzanas doradas que proporcionaban la inmortalidad. Los manzanos fueron plantados de las ramas con fruta que Gea había dado a Hera como regalo de su boda con Zeus. A las hespérides se les encomendó la tarea de cuidar de la arboleda, pero ocasionalmente recolectaban la fruta para sí mismas. Como no confiaba en ellas, Hera también dejó en el jardín un dragón de cien cabezas llamado Ladón que nunca dormía, como custodio añadido.
Aunque se suponía que Heracles sólo había de realizar diez trabajos, Euristeo no quiso contar aquellos en los que fue ayudado o pagado, por los que le fueron encomendados dos más. El primero de éstos (el undécimo en total) fue robar las manzanas del jardín de las hespérides. Para ello Heracles capturó primero a Nereo, el dios del mar que cambiaba de forma, para averiguar dónde estaba situado el jardín.
En algunas versiones de la historia, Heracles no sabía adónde viajar y por tanto pidió ayuda, siendo dirigido a Prometeo, a quien liberó de su tortura como pago. Esta variante suele encontrarse más frecuentemente en el lugar del jabalí de Erimanto, puesto que está asociada con la elección de Quirón de renunciar a su inmortalidad poniéndose en el lugar de Prometeo.
En algunas variaciones Heracles conoce al principio o al final de su tarea a Anteo, quien era invencible siempre que estuviese en contacto con su madre, Gea, la Tierra. Heracles mató a Anteo separándole de la tierra, suspendido de un árbol.
Ocasionalmente alguna versión cuenta que Heracles se detuvo en Egipto, donde el rey Busiris decidió hacer de él su sacrificio anual, pero Heracles rompió sus cadenas.
Llegando finalmente al jardín de las hespérides, Heracles engañó a Atlas para que recuperase algunas manzanas de oro ofreciéndose a sujetar el cielo mientras iba a buscarlas (en esta historia Atlas podría tomarlas pues sería el padre de las hespérides). Al volver con las manzanas, Atlas decidió no aceptar la devolución de los cielos, y dijo que él mismo llevaría las manzanas a Euristeo, pero Heracles le engañó de nuevo pidiéndole que sujetase el cielo un momento para que pudiera ponerse su capa como almohadilla sobre los hombros, a lo que éste accedió. Entonces Heracles tomó las manzanas y se marchó. Según una versión alternativa, Heracles habría matado a Ladón.
Heracles fue la única persona que logró robar las manzanas, aunque Atenea las devolvió más tarde a su lugar apropiado en el jardín.
Durante la edad media, se creía que las driadas (ninfas de los árboles), eran seres demoníacos que atraían a los hombres hacia ellas con cánticos. Nacían en árboles próximos a cementerios, o árboles muertos. Quizás en bosques sombríos. Su alimento era la sangre de los incautos.
Lejos de toda esta “demonizacion” medieval en la que se fusionaron varios aspectos; Por un lado el vinculo maligno que lo femenino tenia para la iglesia. Y por otro el valor de criatura o deidad precristiana, ya de por si algo diabólico para el cristianismo de la época. Lejos de toda la demonizacion medieval que ya hemos comentado, las Driadas, eran realmente ninfas, espíritus femeninos de los robles. No podemos decir que los celtas hispánicos adoraran a las driadas. Ni que los iberos lo hicieran. Muy posiblemente ninguno de los dos pueblos conocía de la existencia como tal de estos seres. Pero si los godos, y por influencia anterior grecorromana, supieron de ellas. Siendo de ahí de donde procede la creencia posterior en la baja y alta edad media de los espíritus malignos de los robles.

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